Zure sarrerak erosi
Online salmenta itxita.
Informazio gehiago jasotzeko ekitaldiaren antolatzailearekin harremanetan jarri.
Antolatzailearen datuak "Antolatzailea" eremuan daude.
Ekitaldiaren deskribapena
Pepe Viyuela,
La vida a carcajadas
Clown, humoristas, actor. Pepe Viyuela es uno de los artistas cómicos más conocidos de España. Con décadas de brillante trayectoria en su haber, alcanzó la popularidad al participar como actor recurrente en el histórico programa español Un, dos, tres a comienzos de los noventa. Desde ese momento, no tardó en consolidar su talento en teatros e intervenciones televisivas. Así, se dio a conocer. Su carrera despegó. Conquistó al público.
Uno de sus espectáculos más conocidos de su amplio repertorio se titula Encerrona. Su éxito es sobradamente conocido en el circuito teatral cómico. En el imaginario colectivo, sus dificultades para manejar la guitarra, la escalera o una simple silla se guardan en la memoria de los miles de espectadores de una obra que en el 2013 cumplió 20 años de historia.
En Encerrona, Pepe Viyuela ofrece 75 minutos de humor para todos los públicos, en un espectáculo en el cual muestra su calidad como actor y clown, poniendo en escena diversas técnicas teatrales. Siempre al servicio del humor, siempre al servicio del público. También de la sonrisa.
Un personaje encerrado en lo cotidiano.
Encerrona es una reflexión sobre lo cotidiano desde la perspectiva del payaso. El personaje vive la experiencia de quedar atrapado en el escenario. Cuando entra con su candidez y su despiste, desconoce por completo dónde se está metiendo, dónde va a acabar atrapado. A su alrededor todo es una trampa.
El personaje que nos regala Pepe Viyuela desde comienzos de los noventa es un personaje engañado al que alguien le dijo que ese era su camino. Ahí llega la celada: el público aparece y lo devora con la mirada. Comienza el sudor, el nerviosismo. Desde luego, la encerrona. No vino a actuar, pero se ve obligado. Simplemente, por no defraudar. Él es así. No obstante, el terror que provocan las miradas de los espectadores lo empujan a huir, a buscar una salida. Pero “alguien invisible” le impide salir. Le obliga a permanecer en el escenario. Debe enfrentarse a los ojos extraños.
Durante algo más de una hora, como un bufón de corte arrojado al salón del trono, tiene que provocar las carcajadas de la concurrencia. Sólo ante el peligro. ¿Su única compañía? Una serie de objetos cotidianos que le ayudan a salir al paso. Una guitarra, una silla, una chaqueta, un periódico y, finalmente, una escalera. Con esos utensilios encuentra un escudo. Juega con ellos. Improvisa. Sufre y se divierte. Los objetos son ya suyos. Eso cuando no sucede lo contrario. Porque a veces son sus amigos, otras sus terribles enemigos. Porque olvidó o quizás nunca supo ni su uso ni su utilidad.
Como un niño se enfrenta por primera vez al aprendizaje. Para nosotros, todo lo que él maneja es cotidiano. Sus cosas son el día a día de todos nosotros. ¿Para él? Un misterio insondable, una sorpresa constante. Subir por una escalera nunca ha sido tan complejo y enfundarse en una chaqueta tan graciosamente dramático. Pese a su miedo al ridículo y las sensaciones kafkianas, el entrañable personaje de Viyuela no se rinde. En el fondo, es una metáfora del día a día. No perder ante la rutina. La derrota no puede ser para nosotros. Lo aprendemos con la risa, una risa que, seguramente, es la única manera de aprender. Y quizás, una de las enseñanzas más grandes es que a todos nos toca dar la cara, enseñarnos ante el mundo, responder. Y aunque actuemos muchas veces, pero también somos nosotros mismos. Porque una cosa no quita la otra. Los clown son así: entre lo certero y lo contradictorio encuentran la verdad.
“Nacido porque tiene que haber de todo, este individuo, -aprovechando sus padres que aún no sabía hablar y no podía quejarse-, fue trasladado con el resto de los enseres domésticos a una urbe del interior peninsular.
Sus biógrafos apuntan que en aquella mudanza estuvieron a punto de olvidarse una pecera vacía en el rellano de la escalera. Cuando sus padres volvían disgustados a por ella, se toparon con el dilema de recuperarlo a él también. Ante la insistencia de los vecinos, que no lo querían ver más, no les quedó más remedio y se lo quedaron. Esto marcó para siempre su destino.
Echando mano del conocido argumento “entonces era muy pequeño”, dice no recordar nada de aquella época. Sospechamos que miente porque al decirlo se pone muy colorado. No obstante, no suelta prenda, por lo que su más tierna infancia nos aparece aún hoy como un auténtico pozo de misterio.
Mientras crece, (poco), le queda tiempo para ir al colegio, donde consigue pasar desapercibido a pesar de su desastroso expediente académico. Hace algunos amigos, pero de todos ellos ninguno lo reconoce. Amigas no hace ninguna, esto, entre sollozos, lo reconoce él mismo.
Esta nulidad suya para relacionarse se atribuye a que su ilusión mayor era la de llegar a ser asesor fiscal, por lo que dedicó gran parte de su más tierna infancia y juventud al estudio detallado del interés compuesto de los tantos por ciento. Se rumorea que en cierta ocasión llegó a hacer una división con decimales.
Se comenta también que era un hacha con las cuatro reglas y hasta alguno de sus profesores lo recuerda vagamente como aquel de las gafas que se quedaba dormido sobre el pupitre. No se conservan instantáneas de la época, ya que en las fotos de grupo siempre le mandaban a comprar carretes. En las individuales, el fotógrafo no podía con la risa.
Cuando se le acaba el chollo de la escolaridad, sus padres se le quedan mirando mientras exclaman: “Y ahora, ¿qué hacemos contigo?” Esta pregunta, aún sin resolver, desata su angustia vital y pasa un fin de semana sin saber qué hacer, completamente perdido, haciendo crucigramas y viendo Barrio Sésamo.
Pasado este periodo de crisis, recupera el ánimo y se ducha. No obstante sigue encerrado un cuarto de hora más, al cabo del cual –no pudiendo más con el hambre, sale a desayunar y se desmaya.
Su padre, en un alarde de audacia, lo reanima a base de donuts y lo matricula en mecanografía y taquigrafía, a pesar de que en su fuero interno lo que deseaba era que se dedicara a la conducción de camiones de mercancías peligrosas, confiando en que el destino llevara a cabo aquello de lo que él se sentía incapaz.
Teclea que te teclea acaba por aprender ganchillo y aún hoy hace unos tapetes que da gloria verlos. Sin embargo, tampoco ese derroche de creatividad llena sus expectativas. Lo deja todo y se sienta un rato. Más perdido que nunca, empieza a darse cuenta de que no le va a quedar más remedio que ponerse a trabajar.
Esta convicción le arrastra a una depresión sin límites, de la que solo consigue salir al convencerle los médicos de que jamás podrá trabajar en nada, dado que es un completo inútil. Con el ánimo renovado intenta conseguir una pensión vitalicia. Incomprensiblemente le resulta denegada, por lo que recurre al Tribunal Constitucional, pero era domingo y no le abren.
Ante un futuro tan espantoso, decide probar suerte en el extranjero, donde es contratado como asesor del entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan. No le va mal, incluso podría decirse que se le estimaba bastante en la Casa Blanca, pero un día por la tarde, se levantó de la siesta y dijo: “A tomar por culo” y se fue sin decir adiós.
De D. Ronald aprendió a olvidar y algo de técnica actoral, por lo que sin cortarse un pelo se fue a California, donde protagonizó 637 películas de acción, 3 de amor y 27 de suspense. Cuando se sintió fuerte, saltó el charco y regresó a España a hacer carrera.
Aquí le está costando, porque no es lo mismo ser el rey de Hollywood que ser actor, las cosas como son. Su padre no deja de echarle la bronca y sigue intentando lo de las mercancías peligrosas, pero parece que no hay manera. Y su madre, la pobre, suele decir: “¿Por qué volveríamos a por la pecera?”
Pepe Viyuela
Sarbide politika
Iruzkinak
5